
Pero cuenta la leyenda que una maldición pesaba sobre los Wilhern desde que el padre de mi tatarabuelo, Ralph, tuviera un escarceo con una humilde sirvienta, Clara, quien muy pronto empezó a comer por dos. Al hacer partícipe a la familia de su intención de casarse con Clara, enseguida descubrió lo iluso que había sido; Clara no era más que una sirvienta propensa a los sarpullidos. Sir Ralph se decantó por un enlace más apropiado, y Clara se "cayó" por un precipicio.
Esa misma noche, la madre de Clara, la bruja del lugar, se presentó en la mansión de los Wilhern decidida a darles a esos aristócratas un poco de su propia medicina. Tras esparcir vísceras de animales, sentenció que la siguiente hija de un Wilhern nacería con cara de cerdo.
«Y sólo cuando uno de vuestra condición prometa amar y respetar a esa niña todos los días de su vida, se romperá la maldición»
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