Supernatural. Esa serie de la 2 que en la televisión de aquella perfecta habitación de Vitoria se dejaba ver de vez en cuando. No demasiados minutos, la verdad. Aquella niña no conseguía seguir el hilo argumental. "Algún día veré esta serie". Pobre niña, estaba vendiendo su alma. Pobre niña, no sabía lo mucho que una simple serie iba a marcarla.
Dos hermanos, unos padres que los amaban (joven madre y, bueno, luego tenemos al padre...), una segunda figura paterna y un ángel, la voz de la conciencia. Tenemos a Lucifer, tenemos criaturas, tenemos... Irónico.
Dean y Sam. El hermano mayor cuidando del pequeño desde que tiene uso de razón. El hermano mayor que da la vida por el pequeño. No le importa lo que piensen los demás. Nada le hiere, nada le duele. Sarcástico, irónico, gracioso. Nada formal, nada estable. Pero, en el fondo, su corazón resentido. La autodestrucción confundida con el egoísmo, el pasotismo, el odio. ¿Y qué más da la vida si puede cuidar de su bebé, su Impala del 67, y disfrutar del viejo rock? Alejemos a las personas, Dean. Mejor que sufran un pequeño tiempo por nuestra fingida indiferencia a hacerles daño con nuestros actos. Vamos, Dean. Nada nos molesta, nada nos hace daño, nada nos duele. Nada nos importa. No lloramos, no sentimos. Venga Dean, estamos solos. Pero no nos importa. ¿Verdad? Porque nos lo han dicho. Nos lo han advertido. Inside, we are already dead, Dean.
Carry on my wayward son. There'll be peace when you are done. Lay your weary head to rest. Don't you cry no more.