No sé en qué momento leerás todo esto, pero espero que entiendas todo lo que siento en estos momentos. Nervios. Tensión. Incertidumbre. Miedo no, pero sí respeto (Esto es un chiste. Ya lo entenderás). Ni siquiera puedo expresarlo. La posibilidad de poder vivir, por fin, la primera final europea. Quién sabe si conseguir verlos levantar el primer título. Ver surcar la Gabarra, no importa desde dónde.
Diecinueve de abril de dos mil doce. Veinte horas y cinco minutos hora portuguesa. Ida de semifinal de la Europa League. Sin embargo, todo comienza un dieciocho de abril unos cientos de kilómetros más al norte de Lisboa.
Lluvia, frío, viento. Clases, mochilas. Últimos detalles, últimos pensamientos. Es una locura. Bajar y subir, subir y bajar, sin parar. ¿Llaves? ¿Dinero? ¿Todo? Dios, no puede ser verdad. Correr, correr, correr. La estación no se va a mover, pero qué importa. Billete en mano y espera. Larga espera. Chica mojada, ya ni siquiera sabe en qué sentido, que no para de esbozar una sonrisa. De fondo, el tren al fin, ese sonido que tantas veces había oído sin escuchar. Un viaje que ahora ni siquiera recuerda. Está todo demasiado borroso. Pero todo llega y todo se acaba. Un pagafantas y un coche algo destartalado a las 18:10 en una horrible ciudad de algún lugar del mundo. Diluvio. Compras. Escaleras, escaleras, escaleras. Ahí están. Camiseta en sus manos, camiseta sobre su cuerpo. Y no se lo puede creer. Sigue sin hacerlo. No, el ticket no era necesario. Muchas sonrisas. Su mundo encerrado en sus manos. Juguetes. Coches, espadas. Bebés. Piscinas, perros, comida.
En marcha, gordo. La lluvia sigue cayendo. Música buena y bonita (vale, barata). Al otro lado del teléfono, incredulidad, miedo y alegría a partes iguales. Las estatuas borrosas. A veces, ni eso. Ya sabes. Primer helado del año. Brisa marina. Dos personas muy maduras que comen helado sentados en un banco, sin moverse, con servilletas sobre sus rodillas. Ya sabes. Hablan sobre filosofía, política, economía. Ni siquiera se bromea con un baño en el mar. Las personas eruditas no hacen eso. Ninguno de los dos se mancha. Luego, caminan en línea recta, sin sobresaltos, serios y correctos, unos metros. De la misma forma vuelven al coche, camino a casa. Son todo un ejemplo.
Se muere. Me muero. No está preparada. Joder, no estoy lista. Enséñame la patita por debajo de la puerta. Y un tierra trágame. Respira. Inspira. Y, tú, cabrón, no te rías. Decía su mente. La puerta de casa se abre. Señor Frodo, arroje el anillo. Pues igual. Todo va a pasar. Todo pasó. Pero entre sorda y gorda... Jo.
Fútbol. Oh, disculpen, incluso los eruditos más eruditos, en ocasiones, desean reirse de la plebe. Comida rica. Las horas corren. Las horas duermen. Por qué. Nervios. Anda, mira, mamá, estoy entre dos hombres. Entre pijamas incómodos, chubascos, arañas y gente que arropa en la cama, a dormir. ¿Puedo decirlo? Estoy nerviosa.
Esta es la primera parte, pequeño. Perdón, sé que no te gusta que te llame así. Lo siento. Ya eres todo un hombre con esa cresta, esos tatuajes y esa ropa tan... yo. Necesito tiempo para pensar cómo explicarte lo que pasó a continuación. Por ahora sólo puedo decirte lo nerviosa que estoy por lo que puede suceder mañana. Por ahora sólo puedo adelantarte que... bueno, ya lo verás. Duerme bien. Mamá te quiere.